¿Por qué elegimos nuestra pareja? Aportes desde el Psicoanálisis.

A lo largo de nuestras vidas vamos a estar en contacto con muchas personas, pero con pocas tendremos una “química” especial y serán nuestros amigos y con mucho menos personas esa química será tan fuerte que decidiremos formar una pareja.

Pero, ¿qué nos motiva a formar una pareja? ¿Sabes qué factores te llevaron a la elección de tu pareja actual o ex pareja?

Para contestar estas preguntas y otras más el Lic. Gonzalo Guzman, nos deja el siguiente artículo sobre su mirada psicoanalítica en la elección de pareja. No te lo pierdas!

Una mirada psicoanalítica sobre la elección de pareja

Desde la gestación, los seres humanos, desarrollamos órganos genitales que posteriormente madurarán posibilitando la reproducción de la especie. Para que esto ocurra deberá producirse la unión de un ovulo y un espermatozoide propiciada por el acoplamiento de los dos diferentes órganos reproductivos.

Se trata de un hecho biológico, el cual fue tomado para realizar una primera clasificación de las personas dividiéndolas entre hombres y mujeres. Sobre esta separación, se construyó una cultura a lo largo de los siglos que fue adquiriendo diferentes matices e implicancias en relación al género. Más allá de las diferencias de una sociedad a otra, una de sus consecuencias invariantes tiene que ver con la estructuración y reglamentación de las relaciones sexuales.

 La inserción en la cultura

Desde la prohibición del incesto como primer organizador de las relaciones, señalada por Claude Lévi-Strauss, se alcanzó en las culturas occidentales el establecimiento de las relaciones heterosexuales y monógamas como las únicas aceptadas durante mucho tiempo. Esto a tal punto que constituye uno de los pocos puntos en que la religión y la ciencia no tuvieron polémica durante un período extenso de la historia, considerando pecador y enfermo respectivamente a cualquiera que se apartara de esta norma.

Pero, todos los esfuerzos por regular la sexualidad reduciéndola a un plano biológico resultaron infructíferos evidenciando de que existe otro aspecto que a esta visión se le escapa.

Desde que el animal humano es un ser de lenguaje se distingue de los otros volviendo impotente toda pretensión naturalista al respecto. Según los órganos sexuales con los que nazca, hay una sociedad que espera al niño por venir con una serie de roles, funciones y expectativas que le serán impuestas desde el primer momento. Así, si se trata de un varón, muy probablemente lo reciba una habitación celeste, una pelota de futbol, un trato más bien rudo y se le explicará que debe hacer pareja con una mujer, asumiendo como natural lo que la norma social impone a su género.

Aportes del psicoanálisis en la elección de la pareja.     

La inscripción en el lenguaje inaugura la subjetividad e inserta al sujeto en el plano de lo que Jacques Lacan llamó goce. El goce es una satisfacción paradojal que se produce en el cuerpo, es una experiencia corporal que constituye lo más real de la manera en que se habita un cuerpo, se lo apropia y se crea una idea de mismidad, de identidad unificada. Se produce así, un sujeto que en su incorporación al lenguaje sufre una pérdida que buscará recuperar en los otros, en sus relaciones. De allí la idea griega de la media naranja o la idea oriental del ying y el yang. Se trata de la asunción de que hay algo perdido que encuentra su complemento con otro, pero desde la propuesta lacaniana entendemos que se trata de una ilusión ya que aquello perdido es irrecuperable, que el otro no lo tiene y, por tanto, más que algo a recuperar, se trata de algo a inventar.

Esto implica la conocida y enigmática frase de Laca: “la relación sexual no existe”. Lo que señala con esta provocadora frase es que el plano sexual no se encuentra programado, no está escrito en lo real, por lo tanto, si no hay relación prefijada hay encuentros. De esta manera, se abre la posibilidad de pensar los lazos y la forma en la que los sujetos hacen existir dicha relación desde la contingencia, desde el encuentro no programado ni preestablecido en ningún plano. Los sujetos no forman pareja desde un condicionamiento biológico, sino que lo hacen desde su modo de gozar, de la posibilidad de enlazar el goce en su cuerpo con un partenaire que lo posibilite. Así, el partenaire sexual no está programado, no existe el otro sexual, por lo que el partenaire esencial es el partenaire del goce. Así, el otro es entendido como un medio de goce, y en este sentido es homólogo al síntoma.

Este es el punto esencial para considerar la manera en que se forma pareja para Jaques Alain Miller. La relación de pareja a nivel sexual implica ligarse al otro en la medida que funcione como síntoma, como medio de goce, lo que es independiente del género y vale tanto para relaciones heterosexuales como homosexuales. Miller sostiene que el síntoma tiene una parte constante y una variable. La constante es el hecho de que se liga libidinalmente, tal como lo postuló Sigmund Freud. La variable tiene que ver con cómo se inscribe en el campo del otro. De esta manera, la relación al otro sexual se elide de cualquier tipo de funcionamiento físico, biológico o genético y queda en el plano del establecimiento de un vínculo, ya que el destino de la pulsión es completamente variable. El mismo Freud en el año 1905 señala que: “todo individuo es capaz de una elección homosexual de objeto y la ha llevado, efectivamente, a cabo en su inconsciente”.

A modo de resumen, puede decirse que hay una parte del goce que es apresado en el campo del Otro con mayúscula, Otro de la cultura, del lenguaje.  De esta manera, cada cultura propone modos de gozar, los regula y acepta o condena. De lo que se trata es de que la dimensión del Otro es necesaria, en algún punto hay que pasar por el Otro para gozar del propio cuerpo. Y de esta manera el Otro social indica como relacionarse, como hacer pareja. Durante siglos se consideró la heterosexualidad como natural, pero se trata del establecimiento de una norma cuyo origen es social y en modo alguno natural o biológico. El efecto del apartamiento de una norma, de la normalidad, es inquietante y de extrañeza para quienes viven en su resguardo, pero no hay nada más extraño que una norma, un para todos.

Se desprende de esto que en modo alguno la postura del psicoanálisis es heteroformativa. Muy por el contrario, apuesta a la máxima singularidad entendiendo que la elección al partenaire es sintomática y por tanto requiere que dos goces consuenen permitiendo un funcionamiento, una respuesta singular ante aquello irremediablemente perdido.

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